¿A quién no le ha pasado que, ojeando la estantería de europeo de su librería, se ha topado una y otra vez con una colección antigua de más de veinte álbumes con muy buena pinta, y luego se ha echado para atrás por miedo a no completarla? Estoy convencido de que, en vuestro caso también, esa obra era ‘Thorgal’.

Curiosamente esa percepción de historieta vetusta y de poco interés desaparece cuando superas el miedo a no completarla y lees los primeros álbumes de la saga sin ninguna pretensión. La sorpresa es que los temas que aborda se siguen comentando en la actualidad y el dibujo es simplemente sublime. Los responsables de un cóctel tan adictivo son el guionista Van Hamme y el dibujante Rosinski.

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Jean Van Hamme es un ingeniero comercial que, entre otros trabajos, fue administrador comercial de Philips entre 1968 y 1976. Durante este tiempo escribía historias cortas en su tiempo libre hasta que en 1974 empezó a publicar en Tintín, donde escribió series como ‘Domino’ o ‘Michaël Logan’. Aunque la obra que le permitió entrar de pleno derecho en el mundo de la historieta franco-belga fue un drama llamado ‘Una historia sin héroes’ con Dany a los lápices.

Por su lado, Grzegorz Rosinski nació en 1941 bajo la ocupación soviética de Polonia… en plena Guerra Mundial. Estudió en la Academia de Bellas Artes de la Universidad de Varsovia y entró en el mundo de los cómics con el lanzamiento de una revista de historietas titulada ‘Relax’. Como en Polonia los tebeos no tenían grandes perspectivas de futuro, Rosinski viajó al otro lado del Telón de Acero a principios de los 70, para ganarse las habichuelas. Allí se quedó boquiabierto con el estado de salud que gozaba la historieta belga e empezó a realizar sus primeros pinitos en la revista Spirou, donde conoció a Van Hamme.

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Su primera colaboración juntos tenía un trasfondo totalmente distinto a lo que terminaría siendo ‘Thorgal’, pero a Rosinski no le entusiasmaba la idea de dibujar escenarios capitalistas, así que Van Hamme replanteó la historia y le propuso una aventura de vikingos con tintes mitológicos. Así es como vio la luz ‘Thorgal’ el 22 de marzo de 1976 en la revista Tintín.

El eje argumental de esta gran saga lo conforman Thorgal Aegirson y su esposa Aaricia. El nórdico aparece como un simple vikingo sin ninguna característica especial, simplemente es un tipo humilde, enamorado de la hija de un rey vikingo que lo menosprecia hasta el punto de querer matarlo de la manera más vil y marcar su rostro para siempre de un espadazo.

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En cada historia Thorgal intenta tener una vida normal pero los problemas siempre se le echan encima y, sin quererlo, acaba enfrentándose a situaciones que ahondan en la miseria humana, el odio, el ansia de poder, de gloria, de inmortalidad, pero también de amistad desinteresada, amor, sacrificio, conocimiento… y traición.

Precisamente en el primer número titulado ‘La maga traicionada’, Van Hamme definió el tono de todo lo que sería la obra, presentó a los protagonistas y estableció las bases argumentales de esa peculiar atmósfera impregnada de magia, misterio, premonición y mitología nórdica.

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Habría que esperar hasta el segundo volumen, ‘La isla de los mares helados’, para ver una deriva clara hacia la ciencia-ficción que saca a ‘Thorgal’ de los estereotipos típicos de las sagas nórdicas y lo aproxima a las teorías conspiranoides de Erik Von Däniken, tan trilladas por los magufos del misterio.

Van Hamme toma a Thorgal como centro de la narración pero poco a poco su figura se va diluyendo en detrimento de otros personajes como su propio hijo. Aún así el guerrero es quien establece los hitos cronológicos de una saga que puntualmente se apoya en un narrador omnisciente para incluir la mayor carga de información.

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Por su parte, Rosinski, gestiona dicha información de una forma más sintética que los tebeos de la época, es decir, menos viñetas y más grandes, lo que favoreció un dibujo detallado y el uso de la plumilla. Esto es más evidente a partir de ‘Los tres ancianos del país de Aarán’, donde además las acuarelas aguadas y la densidad de negros predominan sobre el color y marcan una evolución notable en el estilo del polaco. Podemos ver a un Rosinski que alcanza grandes cotas de rigor narrativo, que utiliza la iluminación con destreza y usa la plumilla con gran precisión.

Quizás por todo esto Norma ha apostado desde hace décadas por la publicación de esta obra y ahora se haya atrevido a relanzarla en unos integrales casi de lujo. Por eso, no lo dudéis… sólo por la secuencialidad y la eficacia para hypearnos con un suspense constante e intrigas cada vez más complejas, merece la pena conocer un poquito mejor a «el hijo de las estrellas».

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