Recuerdo perfectamente el momento en que me topé con este minúsculo librillo, de un hasta ese momento completo desconocido para mí. Estaba allí, colocado en la estantería de mi frikitienda de referencia, lanzándome seductores guiños de puro interés, como queriendo decirme “Llévame, querido, que no te arrepentirás”. Y a por él que me lancé, presintiendo lo que uno ya sabe al entrar en una perfumería de postín: que son en los frascos pequeños donde se recogen las fragancias más interesantes.

¿Qué es ‘Las vidas que dibujamos’? ¿Qué esencia encierra este pequeño frasco ilustrado? Pues este es básicamente un libro de viñetas. Un recopilatorio de expresión gráfica vertido en hermosas píldoras cuadradas de sabiduría cotidiana de la más pura tradición minimalista, que nos van relatando, en boca de sus anónimos personajes, lo que nos acontece tanto en las profundidades como en la superficie de nuestra propia cotidianeidad. Porque es a la vez la cotidianeidad de los personajes, y al mismo tiempo, la de todos nosotros.

Lo primero que llama la atención de esta obra es que se mueve en el filo de lo que normalmente solemos denominar cómic, estrictamente hablando. A primera vista igual puede infundir dudas de si estamos frente a un cómic al uso o estamos frente a otra cosa: un libro ilustrado, etc. Porque no hay una narración gráfica continuada. No hay siquiera un desarrollo interior secuenciado en viñetas, dentro de la misma página. Son viñetas únicas a toda página, y cada una contando algo independiente. Es como un recopilatorio de postales, de instantáneas que no son sino captura de momentos o situaciones muy concretas y determinadas.

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Esta pequeña cuestión inicial se la dejaremos a los verdaderos legos del medio, y a quien interese. Por lo que a mí respecta, sí cumple con los básicos del medio, y con todos sus aciertos y virtudes además bien plantadas encima de la mesa. Es, de hecho y para mí, una obra hermanada y enmarcada en el maravilloso mundo de la tira gráfica de sátira, crítica y de humor, que fue precisamente cuna y raíz del cómic moderno. Así que cualquier discusión al respecto de fondo o forma (si es que la hubiera) queda por mi arte descartada desde la mismísima página inicial.

Y para fortalecer esa relación de la que hablo, basta con pasar tres o cuatro páginas, para empezar a entresacar esencias que manan de las más insignes fuentes de este glorioso medio. Repasando viñetas, estas páginas me retrotraen a la fuerza a colosos de la línea y el pincel, maestros efectivamente tanto de la sátira, como del humor y la naturaleza humanas, que muchos de nosotros mantenemos impresos a fuego en nuestras retinas.

Puedo reconocer aquí directamente la hiperbólica firma del paradigma de la sencillez puesta al servicio del mensaje, como es la obra del enorme Calpurnio y aquellos monigotes hechos con palitos, que encerraba el genial ‘Cuttlas’… Veo la puntería fina y certera, rotunda y contundente, de la obra del gran Eneko… Siento la carga de profundidad filosófica que impregnan las macanudas tiras del maestro argentino Liniers… Siento por encima de todo, una afinidad gemelar con el trazo orgánico y lineal de aquel otro también titán del humor gráfico, el chileno Alberto Montt… Y veo un poso, una herencia, una deuda flotando en el ambiente, de aquel gran conocedor del alma humana, de las bondades y miserias humanas, que sabía reflejar en trazos redondeados el mundo que nos rodea como quizás jamás nadie volverá a hacerlo, que fue el Dios Forges. (El autor mismamente dedica aquí una de sus páginas al recordado genio).

Cutlas por Calpurnio

¿Cómo no caer rendido ante tal insigne bagaje, entonces? Todo eso de ahí detrás respira bajo estas páginas. Me puedo imaginar perfectamente a todos estos grandes, hermanados en un abrazo, sosteniendo este libro en la mano, y afirmando con un guiño cómplice un genuino: -“¡Bien hecho, muchacho! Estás en la senda. ¡Eres uno de los nuestros…!”- (Sin duda, una hermosa visión, no me lo podréis negar).

Porque todo esto es ‘Las vidas que dibujamos’. De todo eso, y más, se nutre ese libro. Disertaciones sinceras, cotidianas, sobre cosas que nos pasan, cosas que pensamos, cosas que decimos, cosas que anhelamos, cosas que nos atenazan, cosas que nos bloquean y las decisiones que vamos tomando en torno a todas ellas. Sobre lo que nos aleja, y lo que nos acerca a las múltiples soluciones. Y como añadido diré además que en un tono ciertamente positivo en su conjunto. Que en según qué momento vital de tu vida te pille, es hasta de agradecer.

Es por tanto una obra cuya fortaleza radica en el refuerzo de la idea como el elemento más importante. El mensaje por encima de todo lo demás. Así pues, el dibujo, de una sencillez deliberadamente pasmosa, raquítica incluso, está puesto al servicio del mismo.

Despojando el grafismo de todo detalle superfluo y específico, y recurriendo a las más sencillas de las formas posibles (personajes que son puro monigote; escenarios que se van repitiendo siguiendo los mismos patrones una y otra vez, con mínimas alteraciones de forma o color; gamas cromáticas planas y poco saturadas…), es así como hace que el mensaje cale en el lector; por su universalidad. Es así como cualquiera de nosotros, en cualquier sitio y en cualquier momento, podemos vernos identificados en lo que les ocurre a esos minúsculos monigotes.

Si eliminas lo específico que nos separa, solamente queda lo genérico que nos une y nos define a todos por igual. Así es como te engancha. Con cosas que nos pasan a cualquiera.

Tal es el poder que tiene este planteamiento, que el autor lo que hace es colocarnos ante un espejo, en cuya superficie nos podemos ver todos reflejados en un momento dado, en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia. Realmente no es algo tremendamente original. De hecho, las situaciones que nos muestra son bastante de Perogrullo. Pero precisamente por eso, porque lo obvio existe y nos rodea todo el rato, nunca está de más dejarlo plasmado por escrito y plantártelo en hermosas viñetas delante de las narices. Es algo de estar por casa, sí… Y por eso mismo es tan universal, tan válido, tan atractivo y tan potente. Así pues, no le resta una pizca de validez.

Y precisamente, la vertiente positiva del conjunto de la obra es algo que reconforta, aunque no sea lo único por lo que engancha. Igual su mejor baza es en el fondo es el dar una vuelta de tuerca en muchas de sus viñetas, a la lectura simple que solemos hacer a veces de la realidad.

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Aquí hay encerradas frases que son un auténtico canto a la vida y a lo cotidiano. Y podría apostarme sin temor medio brazo izquierdo (el derecho no, por favor, que tampoco hay que pasarse…) a que indefectiblemente cualquier lector podrá encontrar aquí alguna viñeta en la que sentirse reflejado, porque coincida en algún aspecto con su forma de pensar, o que le evoque a alguien conocido. Querrás dejar el libro de inmediato, salir corriendo a por el móvil y hacerle una foto a esa viñeta para mandársela por wasap a esa persona… Por supuesto, junto a un emoji de sonrisa y guiño.

Pese a su aparente sencillez gráfica, hay que señalar la eficacia y brillantez de la explotación del lenguaje propio tan especial del cómic para expresar el mensaje en cada página con toda su fuerza e intención. Esto es explotar el medio de la mejor forma: elipsis, roturas de viñetas, alteración de colores, alteración del orden lógico de lectura, interacción con el lector… Todo un despliegue de recursos visuales puestos al servicio de generar esa unión viñeta-lector. De nuevo, las referencias a los grandes nos vuelven una y otra vez. No hay otro camino, de hecho, si renuncias al poderoso influjo del virtuosismo gráfico. Debes jugar con otras cartas ganadoras. ¡Y qué bien juega este amigo!

De hecho, esta es precisamente una de las bazas que hacen esta obra un objeto de regalo perfecto. Un libro, que es un cómic, ideal para iniciar en el medio a lectores no habituales del mismo. Una baza que lo hace especialmente atractivo para un público potencial enorme. Algo bueno para el autor. Algo bueno para la industria.

Es inevitable además no pensar en su explotación transmedia: posters, camisetas, prints, etc. Es un producto con el potencial de ser un pelotazo en sí mismo. Después de leerlo, querrás imprimir alguna de sus viñetas en una lámina para enmarcarla y colgarla en la pared de algún pasillo luminoso de tu casa. O para regalársela a alguien. No me cabe duda.

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TE GUSTARÁ, SI…

…Te has visto atraído por algo de todo lo anteriormente mencionado. La vida que dibujamos, es en esencia, un libro de frases célebres en viñetas. Un pasatiempo de lectura más que ideal para estos tiempos oscuros y de incertidumbre en que nos hemos visto envueltos en estas últimas fechas, lleno de momentos brillantes, capaz de alegrarte una tarde y por cuyas viñetas (poesía visual algunas de ellas) rezuma una profundidad inusitada, que le otorga una fuerza muy potente al conjunto. ¡Además, te aseguro que te arrancará una sonrisa! Seguramente, más de una. Con el añadido de que la edición es súper cuqui y el tamaño lo hace apto hasta para el salón más mínimal.

NO ES LO TUYO, SI…

…Eres de los que creen que Paulo Coelho, Mr. Wonderful y los pseudocoach motivacionales son heces de Cthulhu y tampoco te acercarías a unas tiras de prensa ni con un palo infectado de lupus. O si eres de los que si no es por un ‘Watchmen’ o la última frikada surcoreana de turno, crees que no merece el esfuerzo de abrir una solapa.

O si básicamente buscas una obra que encaje al 100% con tu rollo, sea el que sea. Al ser un recopilatorio, hay viñetas más potentes y otras más flojas. Habrá directamente algunas viñetas sabor “tofu”, de esas que posiblemente no te digan ni fú ni fá, o las habrá incluso que estén en las antípodas de tu forma de pensar.

Quizás igual tampoco estás en el momento vital para este libro, y ya está. Es lo que hay, y tampoco pasa nada, oye. Nunca llueve a gusto de todos todo el rato, como en la vida misma. Y eso también está bien.

Para todos vosotros, os recomiendo mejor disfrutadle gratis en pequeños sorbos a través de sus múltiples redes sociales, Twitter o Instagram.

¡Ojocuidao! Igual te enganchas. El que avisa no es traidor.