Antes de nada: cuando uno se propone hablar o escribir algo acerca de André Franquin, lo primero de todo que debe hacer es ponerse de pie. Brindar también es válido. Ese es el punto del que hay que partir aquí, tal es la altura de este genio de la viñeta que traigo hoy.

Una vez hecho el brindis de rigor, para los más despistados del lugar, decir de Franquin que es uno de los más importantes artistas de la historia mundial del medio; uno de los popes  de la Santísima Trinidad del llamado comic francobelga, a la altura de tipos como Hergé (creador de cierto intrépido y metomentodo reportero rubito de flequillo imposible) o Uderzo (creador de aquellos galos de cierta aldea irreductible).

Hablamos por tanto del tipo que cogió las riendas y asentó la base visual del archifamoso botones Spirou. Hablamos del tipo que creó a su inseparable amigo Fantasio, al irreverente y carismático Marsupilami, o al que sería posiblemente su personaje estrella: Gaston Lagaffe (Tomás El Gafe, en su versión española). Casi nada.

Viñeta y diseño de página de 'Ideas Negras' de Franquin
Viñeta y diseño de página de ‘Ideas Negras’ de Franquin

Para sus colegas de profesión del mundo de la BD (o bande dessinée, como definen nuestros queridos vecinos al cómic), siempre fue el más grande. Sin discusión. Prueba de ello fue el enorme legado que fue dejando en términos de estilo y concepto, dentro del medio. La cantidad ingente de artistas que por todas partes han seguido sus pasos y lo han tenido como una referencia a la hora de generar su propio camino, siendo un claro modelo vigente todavía hoy día, en efecto todavía lo atestigua.

Leyendo la obra que nos corresponde, uno no puede dejar de pensar el proceso mental que seguramente pudo desencadenar la creación de una serie tan chocante como esta. Toda una carrera dedicada a realizar obras infantiles y juveniles, llenas de luz, de buenismo, de finales felices, de carcajada sencilla y humor familiar, debe ir generando un poso interior a cualquier mente artística inquieta que antes o después provoque la necesidad imperiosa de querer salirse un poco de ahí, de querer desarrollar algo, otra cosa, que vaya por derroteros bien diferentes.

Le imagino, en su fuero interno, deseando crear algo más adulto, quizás. Más intelectual. Más maduro. Más gamberro. Más crudo. Más visceral. Si a eso le sumamos que en la etapa final de su vida, su visión del mundo se fue tornando más y más pesimista, esta sopa de elementos mentales es sin duda el caldo de cultivo perfecto para alumbrar algo como sus ‘Ideas Negras’. Y vaya si lo creó. Lo creó, despachándose a base de bien, además. Para qué andarse con tonterías a esas alturas.

'Ideas Negras' nació como un suplemento autónomo para la revista ‘Spirou’, llamado ‘Le Trombone Illustrée’.
‘Ideas Negras’ nació como un suplemento autónomo para la revista ‘Spirou’, llamado ‘Le Trombone Illustrée’.

Partiendo de la raíz que impregna toda su obra, que es en esencia, el humor, el medio en que este hombre respiraba, Franquin crea en 1977, un suplemento autónomo para la revista ‘Spirou’, llamado ‘Le Trombone Illustrée’, junto a otros artistas, cuya aportación dentro del mismo, además de las portadas, será su serie ‘Ideas Negras’ (continuada poco más tarde en la revista ‘Fluide Glacial’ hasta el año 83), consistente en historietas de una sola página, con un trasfondo duro, explícito y demoledor como hasta entonces no se había visto. Crudo, atroz, descarnado, ácido, cortante y negro como la tinta que le da vida, forma y nombre. Sin un ápice de piedad y desprovisto de cualquier atisbo de intención redentora, es la viva definición gráfica de humor negro.

Pesimista, salvaje y mordaz, su mensaje es claro y directo como un derechazo a la mandíbula del lector. Tal fue la apuesta, y tal fue el gran acierto, que convirtió esta pequeña serie en una obra considerada como maestra en su género.

‘Ideas Negras’ nos presenta una serie de historietas con situaciones de todo tipo, más o menos cotidianas, normalmente precedidas de un título con una estructura fija que siempre viene de la misma forma: “No es lo mismo… –tal cosa– que… –tal otra”. No es lo mismo ser uno más del montón, que ser un montón de mierda. Por poneros un ejemplo.

La expresividad es seña de identidad de toda la obra de André Franquin
La expresividad es seña de identidad de toda la obra de André Franquin

A raíz de ahí, se articula un contenido, en el que dependiendo de los niveles de lectura en los que se quiera quedar el lector (algo muy del gusto y enraizado en la esencia misma del comic francobelga), Franquin nos ofrece desde sencillos chistes visuales en lo más básico, hasta profundas y despiadadas críticas veladas hacia todo lo que se menea, en lo más analítico; su afilada estilográfica apunta certera hacia cualquier tipo de tema y no deja títere con cabeza: religión, política, los poderes fácticos, el belicismo, los mass media, el mundo de la caza, la tauromaquia, la tecnificación, el medio ambiente o el mundo laboral, por poneros algunos ejemplos.

En esencia, el autor plasma esta vida humana nuestra de cada día. Pero claro, desde una particular mirada en la que envuelve absolutamente todo en un velo de sufrimiento y de regusto amargo. Dicho de otra forma: esto es un tebeo de situaciones tragicómicamente chungas.

Para todo ello, se basó en un grafismo novedoso para él, desarrollado a partir de la idea de trabajar con los elementos gráficos de la página como si de “siluetas” negras se tratasen, generando así un impacto visual muy potente. Es una manera brillante de reforzar el mensaje de fondo de cada historieta, y de la serie en general.

Ejemplo de línea tramada de Franquin
Ejemplo de línea tramada de Franquin

Pese a esto, se sigue adivinando aquí al Franquin de estilo más puro y continuista; es la misma maestría que ya trae de serie desde sus años haciendo Spirou y el Gaston. Frente a los adalides de la famosa línea clara, adusta, de corte más realista y estática, de texturas planas, que forman los herederos formales del legado del gran Hergé, Franquin representa el cénit de esa otra vertiente opuesta, de formas caricaturescamente abigarradas, tan llenas de plasticidad, de movimientos imposibles y detalles exacerbados. Aquí, la línea tramada es la reina. La mancha, su princesa. En una plancha de Franquin, todo cobra vida. Todo vibra. Todo se mueve. Es lo más parecido, en papel y viñetas, al concepto “Disney” de animación fílmica.

Es este un tipo de virtuosismo plástico basado principalmente en la exageración, heredera directa de la caricatura tradicional, que tantos y tantos autores adaptarían después; sin irnos fuera de nuestras fronteras patrias, uno de los más claros, directos y declarados seguidores influenciados, sería nuestro mismísimo y admirado maestro, Ibáñez (de nuevo en pie, amigos y amigas), el cual no solamente adoptaría un estilo similar, sino que además creó un personaje, el Botones Sacarino, fusilando y fusionando directamente los dos personajes más característicos de Franquin: Spirou y Gaston Lagaffe.

(Para que veáis divertidas ramificaciones del asunto, ahí va una anécdota curiosa que os volará el cerebro: hace años cayó en mi poder un comic sobre las aventuras de “Quicky”; ¡sí, sí…! ¡El conejito de Nesquik! Ese mismo… Pues ojeándolo, me dije: –“¡Caramba…! Esto parece hecho por el mismísimo Franquin…”– Pero nada más lejos… La autoría era de otro ilustre de la última hornada de la escuela Bruguera: Ramón María Casanyes. Que dicho de otra forma, fue uno de los principales “negros” (malsonante término referido a la figura del ayudante/currito anónimo) de… –redoble de tambores…– …¡Sí! ¡Francisco Ibáñez! ¡¡BOUMMM!! Efectivamente, Casanyes, el dibujante oficial de la mascota de la competencia de nuestro querido Cola-Cao, es por tanto, otro reconocido gran adepto del estilo Franquin).

Parecidos razonables entre Spirou y Sacarino
Parecidos razonables entre Spirou y Sacarino

La otra cosa, eso también hay que reconocerlo, que me dejó frito el cerebro, pero para mal, de este álbum, en la reciente edición de los amigos de ECC, que es sobre la que os escribo, fue el reducido tamaño del mismo. Desconozco por completo el motivo de esto: si es por motivos económicos, o porque las tiras y ediciones originales son de similar tamaño. No lo sé. El caso es que esta obra habría merecido una reproducción a un tamaño mayor, para poder apreciar en su justa medida y esplendor el arte de Franquin.

En esta edición se me pierden muchas cosas; se apelotonan, se apelmazan. Hay momentos en que apetece tener una lupa a mano según vas leyendo para intentar mirar ahí dentro y cerciorarte de que no se te escapa nada. En fin.

Para terminar, uno de los detalles más divertidos, curiosos y gamberros de la obra, y que no debes dejar escapar, nos lo ofrece Franquin a modo de guiño casi constante, como uno de esos regalos extra que tanto gustan al lector avispado y que aprecia como si de un tesoro escondido se tratara.

Ejemplos de diferentes firmas con las que André Franquin cerraba sus páginas
Ejemplos de diferentes firmas con las que André Franquin cerraba sus páginas

Ese detalle viene de la mano de su propia firma a pie de página a la conclusión de cada historieta. Y es que cada firma, en muchas de las historias, es diferente. Única. Recuerda en cierto modo a otro de los dioses del humor gráfico universal, Sergio Aragonés, y sus Marginales para el MAD. (Tercera vez que toca brindar, gente… Que de este otro titán ya hablaremos en otra ocasión).

La forma que hace que estas firmas sean un detalle tan especial, es que cada firma está elaborada a medida para cada historia, y convierte esa rúbrica por tanto, en una extensión más de la misma. Es el último gag. El colofón final. La guinda del pastel. El broche de oro con el que cerrar cada uno de los pequeños y simpáticos dramas ácidos que nos va presentando.

Y hay que fijarse bien, porque nos la colará mediante la inclusión de algún elemento característico o definitorio de lo que se narra en la página. Mete dibujitos. Detalles. Acentos. Las transforma, complementa, deforma. Les añade un contenido narrativo, a fin de cuentas. Y eso es lo que le confiere ese toque tan genial.

Por tanto, habría que decir que hasta la propia firma, trasciende su mera función de cierre, y ofrece por tanto una cuádruple función:

• Firma y reconocimiento de autoría. Lo de siempre. El colofón a la página o historia.
• Resumen de la historia. Es como aquello de resumir en una palabra lo que has visto.
• Anticipo o preview de la misma (de forma similar al resumen, pero a la inversa). Uno podría hacer perfectamente el curioso ejercicio de empezar a leer la página mirando la firma lo primero de todo, y jugar a tratar de deducir o adivinar, sin atender a la parte de arriba, por dónde van a ir los tiros, más o menos, de lo que el autor te va a contar.
• Y en el fondo, como decía… es un chiste añadido.

Ideas negras, de André Franquin, es una obra maestra del género sátiro / humorístico de la BD
Ideas negras, de André Franquin, es una obra maestra del género sátiro / humorístico de la BD

No puede pedirse más en tan poco. Es una muestra más de lo abigarrado de su puesta en escena y de su visión de la página, del planteamiento de lo que para él es una historieta: algo en lo que poner todo tu empeño y tu interés, hasta en el más mínimo detalle. Eso es lo que yo llamo tener amor por el medio, amigos y amigas. Y hasta en eso sentaría cátedra, si de nuevo volvemos a poner la vista en el maestro Ibáñez, que repetiría hasta la saciedad este mismo patrón, convirtiendo su firma en otro elemento más de gag dentro de sus célebres páginas.

En definitiva y para cerrar: el ser humano como bien sabemos, es capaz de lo mejor y de lo peor. Y esta obra, este pequeño objeto de papel y tinta, este pequeño milagro hijo de nuestra cultura occidental contemporánea, es un curioso ejemplo que es compendio da la vez de ambas cosas: un envoltorio que es un hito de virtudes en su forma, pero que encierra en su interior un mundo que es reflejo de nuestros más terribles y negros defectos.

Vaya ideas tenía el amigo Franquin… No queda más que tomárnoslas con humor, por supuesto.