Hablar de la dupla creativa argentina formada por Carlos Trillo y Horacio Altuna, inevitablemente es hacerlo también de ‘El último recreo’, y nos olvidamos de otros trabajos menos conocidos, pero no por ello menores, que hicieron juntos para revistas argentinas como ‘El loco Chávez’, ‘Las puertitas del Sr. López’ o ‘Charlie Moon’, que fue publicado de forma serializada entre 1980 y 1981 en la revista SuperHumor de Ediciones de la Urraca.

Carlos Trillo colaboró con algunos de los más grandes historietistas argentinos, como Alberto y Enrique BrecciaHoracio AltunaJuan GiménezDomingo MandrafinaCarlos Meglia, o Eduardo Risso, entre otros; mientras que Horacio Altuna se dio a conocer mediante colaboraciones en la editorial Columba, ilustrando ‘Big Norman’, de Robin Wood, ‘Los cruzados’, de Isaac Aisemberg, o ‘Kabul de Bengala’, de Oesterheld. Luego dibujó en revistas argentinas como Patoruzito, Gente o Satiricón, y también en revistas extranjeras como Fleetway, Thompson o Lanciostory.

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El protagonista homónimo de ‘Charlie Moon’ es un adolescente que tiene que ganarse la vida en los Estados Unidos de los años treinta, en plena gran depresión. La cotidianidad de su día a día fregando platos en un bar o trabajando en una granja, contempla las bajezas del ser humano y sus sueños pueriles se van dando de bruces con la más cruda la realidad, donde pobreza, racismo y sordidez contrastan con la quimera del sueño americano.

Es un álbum de 56 páginas que se lee en un pis-pás y está formado por cinco historias en las que un cándido y solitario Charlie Moon va diluyendo su idea de un mundo que le queda muy grande y va dejando atrás la infancia para darle la bienvenida a la edad adulta. Es una historia sincera, bonita, directa y sencilla, que al mismo tiempo alcanza al corazón del lector gracias a la sensibilidad que transmite el protagonista.

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Dibujo y guión realizan una radiografía precisa de cómo era la sociedad norteamericana aquellos años, el azote de la crisis económica, el recelo del vecino, el egoísmo y un racismo exacervado que se escapa del entendimeinto de chiquillo. Por eso las lecciones que va aprendiendo Charlie página a página cimbrean entre no fiarse de la gente, el final de algunas relaciones personales y los primeros noviazgos.

En este álbum, que por fin nos ha traído Astiberri, Carlos Trillo le cede todo el protagonismo a los lápices de Horacio Altuna, renunciando a los textos de las cartelas y dando prioridad a sus dibujos y a los diálogos en bocadillos; y Altuna nos deslumbra con una manejo de las tramas y las manchas de negro, espectacular.

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Otra de las sorpresas de este comic es la cantidad de referencias a la cultura americana, los rótulos de las cafeterías, los letreros de los clubs de Jazz, los típicos moteles casposos o los carteles de cine; por no hablar de la ropa de la época y la atmósfera racista, constante en toda la obra.

El nivel de conocimiento y casi añoranza de Horacio Altuna por aquella estética norteamericana me ha recordado a otro gran enamorado de «los Estates», el dibujante español Juanjo Guarnido, quien dio buena prueba de ello en su sublime ‘Blacksad’.

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Altuna se desenvuelve como nadie en las escenas costumbristas con un realismo rebosante que rompe deliberadamente con perspectivas y profundidades de campo para hacer todavía más dinámica la lectura.

Es una obra que te deja con ganas de más, de ver cómo sigue desenvolviéndose Charlie, acompañarle en su madurez y ver qué rumbo toma su vida pero, como es tan corta, es una de esas historietas que te deja con muy buen sabor de boca y es candidata a ser releída constantemente.

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